domingo, 22 de septiembre de 2013

El reencuentro




Hola Laica:

he puesto en contacto contigo tan pronto como he recibido tu carta, en la que me pedías desesperadamente ayuda. No había tenido noticias tuyas hasta el momento lo que me hizo pensar que estarías llevando una vida satisfactoria, al calor de un hogar que colmara todas tus necesidades. Ya he comprobado que me equivoqué.

Al contrario de lo que a ti te ha pasado, yo puedo decir que he sido muy afortunada. Tengo una madre, un padre e incluso unos hermanos postizos que me tratan como si fuese una más de la familia. No me dejan ni un instante sola en casa, me llevan a todos aquellos lugares a los que ellos van. Me tratan como a una muñeca de porcelana que temen ver partirse en mil pedazos al tocar el suelo con un fuerte impacto.

Ya sé que después de contarte todo esto estarás pensando que ha sido de la Melva que conocías, aquella con la que has compartido los primeros años de vida, que era independiente y evitaba todo contacto humano. Podrás comprobar que sigo siendo la misma, solo he aprendido a ser agradecida y cuando alguien te cuida y te mima tanto, lo mínimo que puedo hacer es responderle del mismo modo, mostrando gratitud y alago.

Me he extendido demasiado alejándome del motivo por el que escribo esta carta, de todo esto y más podremos hablar más adelante. Necesitas mi ayuda y ha llegado el momento de devolverte todos esos favores que has hecho por mí en el pasado. Te has portado siempre como la hermana que eres, mientras yo no siempre he sido así. Quizás mi carácter más distante ha hecho que en ocasiones te tuviese descuidada. Ahora no puedo soportar pensar en todo lo que debes de estar pasando, necesito tenerte a mi lado lo antes posible.

He decido abandonar mi hogar unos días para ir a buscarte. Soy consciente del dolor que causaré con mi ausencia, pero ahora mi prioridad eres tú. Comprenderán el porqué de mi marcha cuando regresemos las dos juntas, con un futuro a cuestas cargado de esperanza y satisfacción.

Después de dos días de investigación, en los que apenas he conseguido pegar ojo, di localizado tu paradero. En unas horas partiré hacia tu encuentro y si todo sale tal y como lo preparé mañana a la hora de comer nos reuniremos. Ahora lo único que te pido es que seas fuerte y aguantes un poco más. Sólo nos separan unas insignificantes horas que bien podríamos comparar con una estrella en la inmensidad del universo. Juntas podremos retomar o incluso mejorar la vida que llevábamos hace dos meses.




      Hasta ahora hermana

sábado, 31 de agosto de 2013

Desesperación





Querida hermana:

Ya han pasado dos meses desde la última vez que nos vimos, 61 días desde aquel fatídico martes en el que nuestras vidas dieron un giro inesperado, había llegado el momento en el que nuestros destinos debían seguir caminos diferentes.

Recuerdo tus primeras palabras aquella mañana soleada de primavera “Ha llegado el momento de separarse, nada volverá a ser igual”, palabras que el tiempo no ha podido borrar de mi memoria. Reconozco que al principio me hicieron gracia, pensé que tendrías uno de esos días melancólicos en los que todo lo ves del revés, perdida en un mundo paralelo.

Pero que equivocada estaba, no quería comprender lo que tú me estabas intentando mostrar. Presa de mi ignorancia, me negué a pensar que ese mundo, donde mi vida era un auténtico cuento de hadas, lleno de felicidad y amor, pudiese llegar a cambiar. Mientras la venda que cubre tus ojos durante los primeros años de vida no se cae,  no eres consciente de la vida que te espera, todo parece un patio de recreo en el que los juegos vuelan de un extremo a otro sin apenas respirar.

Mi vida se convirtió en una pesadilla desde aquel 28 de Mayo, día en el que cada una fue llevada a un nuevo hogar, separadas por miles de kilómetros de distancia. Encerrada en una caja de cartón viví el que sería el primero de muchos otros viajes en coche.

Después de un interminable viaje y unas agónicas horas llegué a mi nueva vivienda, donde me esperaba “la familia” que a partir de ese momento se encargaría de mi cuidado. Las primeras horas transcurrieron sin demasiados contratiempos, estaba desorientada y no entendía el porqué de este cambio tan radical. La noche no tardó en caer y con ella mis primeras lágrimas, te echaba de menos y la incertidumbre de no saber lo que estaba pasando me provocaba una ansiedad muy fuerte. Finalmente el llanto dio paso al sueño, quedando profundamente dormida en la soledad de mi nueva cama.

Las horas, los minutos y los segundos seguían su curso y mi existencia no tardaría en convertirse en una rutina aburrida y dolorosa donde tú estabas presente dentro de mi mente en todo momento. Cada mañana después del almuerzo mis dueños me subían al coche para ir a lo que ellos llamaban “campo de adiestramiento”, allí me sometían a una serie de pruebas con obstáculos que a mí me parecían muy duras. Cada vez que no conseguía hacer algo o que no podía hacerlo como ellos me exigían, me pegaban, dejándome profundas marcas que no conseguía llegar a curar nunca.

Mi cuerpo cada vez estaba más débil y levantarme cada mañana era un reto. Mis patas no conseguían mantener mi cuerpo en pie y el apetito poco a poco fue desapareciendo. Mis jefes, como yo los empecé a llamar, no tardaron en darse cuenta que mi estado de salud, fruto de los golpes que ellos me propinaban, era cada día peor y no podía seguir realizando las actividades que ellos me imponían. Ya no era “útil” para ellos, no podía hacer lo que ellos querían y no dudaron en abandonarme en la calle como a un trasto viejo que ya no sirve, sin tener en cuenta mis sentimientos o lo que es aún más grave, sin importarles lo que me pudiese pasar. No se molestaron en intentar conocerme ni en comprender que nosotros somos como las personas y tenemos nuestro corazón. Yo estaba muy débil, en estas condiciones no lograría sobrevivir mucho tiempo.

Lo cierto es que ya ha pasado una semana desde que se deshicieron de mí. He conseguido hacer un huequecito entre dos arbustos, donde paso la mayor parte del tiempo, tirada sin apenas moverme. Únicamente salgo para buscar algo de comida entre los restos que los humanos tiran a la basura. Necesito ayuda, no puedo seguir viviendo así. Quiero abandonar este infierno y volver a ser como era antes. Hace tiempo que no veo ningún atisbo de felicidad en mi vida y deseo recuperarla.

No sé si llegarás a recibir estas palabras pero yo pondré todo mi empeño para que así sea, eres mi última esperanza para recuperar la ilusión por la vida.






 Te quiere, Laica